Gobiernos y actores no estatales encuentran maneras innovadoras de suprimir a los medios.
Por Joel Simon
En la época en que las noticias se imprimían en papel, la censura era una actividad rudimentaria que implicaba la labor de funcionarios gubernamentales con bolígrafos de tinta negra, la confiscación de rotativas y los allanamientos a redacciones. La complejidad y centralización de los medios audiovisuales también hacía que la radio y la televisión fueran vulnerables a la censura incluso cuando los Gobiernos no ejercían el control directo del espectro radioeléctrico. Después de todo, las frecuencias de transmisión se pueden negar; los equipos se pueden confiscar; se puede presionar a los propietarios de medios.
Las nuevas tecnologías de la información –la Internet global e interconectada; las omnipresentes plataformas de medios sociales; los teléfonos inteligentes con cámaras– debían convertir en obsoleta la censura. En lugar de ello, simplemente la han vuelto más compleja.
¿Acaso alguien todavía cree los pensamientos utópicos de que la información quiere ser libre y de que es imposible censurar o controlar la Internet?
Lo cierto es que, si bien estamos inundados de información, existen enormes vacíos en nuestro conocimiento del mundo. Los vacíos crecen a medida que los ataques violentos contra los medios aumentan bruscamente, a medida que los gobiernos crean nuevos sistemas de control de la información, y a medida que la tecnología que permite la circulación de la información es manipulada y utilizada para silenciar la libre expresión.
En 2014, publiqué un libro sobre las luchas globales en materia de libertad de prensa, The New Censorship (“La nueva censura”). En la edición de este año de Ataques contra la prensa, les hemos solicitado a colaboradores de todo el mundo –periodistas, académicos y activistas– a aportar sus perspectivas sobre el tema. La interrogante que les hemos pedido que respondan –con perdón de Donald Rumsfeld– es por qué no sabemos lo que no sabemos.
A raíz del polarizante triunfo electoral de Donald Trump en Estados Unidos, se suscitaron inquietudes sobre el auge de las noticias falsas y el ambiente hostil e intimidatorio creado por la acalorada retórica de Trump. Pero, alrededor del mundo, las tendencias están más arraigadas, son más duraderas y son más preocupantes. En la actualidad, las estrategias para controlar y administrar la información caen en tres amplias categorías que yo denomino represión 2.0, control político encubierto y captación de tecnología.
Represión 2.0 es una actualización de las peores tácticas antiguas, desde la censura estatal hasta el encarcelamiento de los críticos, donde las nuevas tecnologías de la información como por ejemplo los teléfonos inteligentes y los medios sociales producen una imagen de ablandamiento. El control político encubierto significa un intento sistemático por ocultar actos represivos disfrazándolos con el ropaje de las normas democráticas. Por ejemplo, los Gobiernos podrían justificar una oleada represiva contra la Internet con el argumento de que ello es necesario para suprimir expresiones de odio y la incitación a cometer actos de violencia. Ellos podrían describir el encarcelamiento de decenas de periodistas críticos como un elemento esencial en el combate global contra el terrorismo.
Por último, la captación de tecnología significa utilizar las mismas tecnologías que han generado el auge global de la información para acallar a la disidencia, monitoreando y vigilando a los críticos, bloqueando sitios web y utilizando a los troles cibernéticos para silenciar voces críticas. Lo más insidioso de todo es sembrar la confusión mediante la propaganda y las noticias falsas.
Estas estrategias han contribuido al aumento de los asesinatos y encarcelamientos de periodistas en todo el mundo. De hecho, a finales de 2016 había 259 periodistas encarcelados, la mayor cifra jamás documentada por el CPJ. Por otra parte, fuerzas violentas –desde islamistas radicales hasta los carteles del narcotráfico– han explotado las nuevas tecnologías de la información para eludir a los medios y comunicarse directamente con el público, y a menudo han utilizado videos de violencia explícita para transmitir un mensaje de terror y crueldad.
En su ensayo, el subdirector ejecutivo del CPJ, Robert Mahoney, describe el panorama global en materia de seguridad de las coberturas y analiza las maneras como los periodistas y las organizaciones de medios están respondiendo ante estas inquietantes tendencias. La amenaza de la violencia está restringiendo la cobertura de cruciales zonas de conflicto del mundo, desde Siria y Somalia hasta la frontera entre México y Estados Unidos, lo cual ha creado un peligroso vacío informativo.
Dos ensayos describen las estrategias que los periodistas están utilizando como respuesta. Como reportera de AP con sede en Senegal, Rukmini Callimachi recurrió al uso intensivo del teléfono para ofrecer cobertura informativa sobre las zonas de ingreso prohibido en el vecino Mali, y cultivó fuentes informativas y un profundo conocimiento de ese país que le permitieron ofrecer una cobertura interesante y bien informada cuando ella pudo llegar al terreno. Callimachi reprodujo estos métodos para cubrir las redes del terrorismo alrededor del mundo en calidad de reportera del diario The New York Times. De manera similar, la directora gerente de Syria Deeply, Alessandra Masi, ha cubierto cada aspecto del conflicto sirio sin jamás haber puesto un pie en el país.
Las nuevas tecnologías que les permiten a las organizaciones criminales y radicales eludir a los medios y dirigirse directamente al público han provocado que el mundo sea excepcionalmente peligroso para los periodistas que informan desde zonas de conflicto. Pero este mismo proceso de desintermediación supone desafíos para los regímenes autoritarios de todo el mundo que, en el pasado, con frecuencia han administrado la información gracias al control directo de los medios de comunicación masivos. Los movimientos populares –desde las “revoluciones de colores” hasta la Primavera Árabe– se han alimentado de la información compartida en los medios sociales, y dado que cualquier persona con un teléfono inteligente puede realizar actos de periodismo, es imposible encarcelarlas a todas.
Encontrar el equilibro entre la fuerza represiva necesaria para retener el control, y la apertura necesaria para sacar provecho de las nuevas tecnologías y participar en la economía global, es un continuo desafío para los regímenes autoritarios. Como observa Jessica Jerreat, en Corea del Norte han aparecido pequeñas grietas en el muro de la censura, dada la apertura de una corresponsalía de AP y el creciente empleo de teléfonos celulares, inclusive si esos teléfonos son vigilados y controlados. En Cuba, una nueva generación de blogueros y periodistas digitales critican al Gobierno socialista desde diversas perspectivas, y aunque se enfrentan a la posibilidad del acoso y la persecución, no son sometidos al encarcelamiento masivo de periodistas ocurrido en la década anterior.
Poniendo aparte los Gobiernos más represivos del mundo, los Gobiernos en general intentan ocultar la represión debajo de un barniz de democracia. En su libro The Dictator’s Learning Curve (“La curva de aprendizaje del dictador”), William J. Dobson describió cómo una generación de líderes autócratas utiliza el ropaje de la democracia, como por ejemplo las elecciones, para encubrir la represión. He denominado “democratadores” a estos autócratas elegidos.
El presidente Recep Tayyip Erdoğan, de Turquía, es quizás un modelo, y si bien su Gobierno encarcela a más periodistas que cualquier otro, Andrew Finkel muestra en su ensayo cómo el Gobierno de Erdoğan también ejerce el control sobre los medios privados, utilizando la presión directa, la autoridad regulatoria y la ley como un instrumento contundente para asegurar la obediencia. De manera similar, en Egipto, país que ha presenciado un marcado aumento de la represión, el Gobierno del presidente Abdel Fattah el-Sisi ha dedicado considerable energía y esfuerzo para crear una prensa obediente.
En México, país que ha experimentado una transición a la democracia, el tristemente notorio y casi perfecto historial en materia de impunidad por el asesinato de periodistas, sumado a la manipulación de la publicidad oficial y estratégicas querellas, han tenido un efecto inhibidor sobre los medios nacionales, según Elisabeth Malkin, corresponsal del New York Times. Como Alan Rusbridger observa en su detallado informe sobre el panorama mediático de Kenia, “el asesinato es sucio. El dinero es limpio”.
Estas estrategias se centran en la manipulación y el control político. Pero, desde luego, los Gobiernos también buscan captar la tecnología de la cual los periodistas y otros se valen para diseminar información crítica. Estas mismas tecnologías se pueden utilizar para vigilar, bloquear, actuar como trol y diseminar propaganda. En su ensayo, Emily Parker contrasta el enfoque de China con el de Rusia, y observa que Rusia no entendió desde el principio la amenaza política que suponía la World Wide Web, y por tanto se ha rezagado. Hoy, incluso en momentos cuando Rusia tiene dificultades para restringir la disidencia virtual, el Gobierno está creando lo que podría llamarse capacidad ofensiva, utilizando la Internet para difundir propaganda y manipular la opinión pública a escala nacional e internacional.
Otros Gobiernos, entre ellos China, también innovan. Uno de los ejemplos más dramáticos y perturbadores lo constituye la creación de un sistema de seguimiento centrado en el historial crediticio de una persona. Conforme lo describe Yaqiu Wang, los periodistas chinos que publiquen contenido crítico en los medios sociales, podrían recibir calificaciones crediticias bajas, lo cual traería como resultado la negación de préstamos o la oferta de elevadas tasas de interés. El Gobierno de Ecuador, según Alexandra Ellerbeck, sostiene que ha habido violaciones de los términos de servicio y de los derechos de autor para presionar a Twitter y a Facebook a que retiren vínculos a documentos sensibles que denuncian la corrupción. Mientras tanto, otros Gobiernos, entre ellos el estadounidense, promueven el concepto de transparencia divulgando enormes cantidades de datos que, si bien se agradecen, con frecuencia son de limitada utilidad. Y los periodistas que presentan solicitudes en virtud de la ley de acceso a la información enfrentan impedimentos que van desde tácticas dilatorias hasta cargos exorbitantes.
Al igual que con cualquier otro libro, y en particular uno de esta naturaleza, mucho habrá cambiado para el momento cuando esta edición de Ataques contra la prensa salga publicada. Las circunstancias son extraordinariamente volátiles en todo el mundo, inclusive en Estados Unidos, como Christiane Amanpour y Alan Huffman reparan en sus respectivos capítulos. En general, el panorama de la nueva censura es sombrío, y los retos son significativos. Los enemigos de la libertad de expresión han atacado el nuevo sistema informativo global a cada nivel, y han empleado la violencia y la represión contra periodistas específicos, con el objetivo de controlar las tecnologías de las cuales dependen para transmitir las noticias, y han sembrado la confusión y la desinformación para que información crítica no llegue al público de ninguna manera significativa.
Pero la lucha de ningún modo carece de esperanza. Es importante tener en cuenta que el repunte de la violencia y la represión contra los medios, y la creación de nuevas estrategias represivas, son respuestas al poder liberador de la información independiente. La tecnología continúa sirviendo a las voces de la disidencia crítica, como Karen Coates describe en su ensayo sobre el periodismo en Facebook.
Los periodistas no pueden permitirse sentirse desmoralizados. Necesitan seguir su vocación y buscar la verdad con integridad, y creer con honestidad que los retrocesos, aunque reales, son temporales. Como Amanpour argumenta en el ensayo de cierre de este título (adaptado de un discurso que ella ofreció en la ceremonia de entrega de los premios del CPJ en noviembre de 2016), los periodistas debemos “recomprometernos a informar sobre los temas con rigor, con apego a los hechos y con imparcialidad” y “resistirnos a ser catalogados de corruptos, mentirosos o fracasados”. Esta es la mejor y más importante manera de defenderse contra la nueva censura.
Joel Simon es director ejecutivo del Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ, por sus siglas en inglés). Ha escrito numerosos artículos sobre cuestiones de medios para publicaciones como Slate, Columbia Journalism Review, The New York Review of Books, World Policy Journal, Asahi Shimbun y The Times of India. Ha encabezado numerosas misiones internacionales para promover la libertad de prensa. Su libro The New Censorship: Inside the Global Battle for Media Freedom (“La nueva censura: dentro de la batalla global por la libertad de los medios”), fue publicado en noviembre de 2014.