Por Jean-Paul Marthoz
Atenas, 6 de mayo de 2012. A los periodistas que asisten a la conferencia de prensa triunfal que Amanecer Dorado ofrece al término de la jornada electoral se les ordena levantarse cuando el líder del grupo, Nikos Michaloliakos, entra al salón. “¡Levántense! ¡Levántense! ¡Muestren respeto!”, grita el maestro de ceremonias, un agitado bravucón calvo vestido de negro. A los periodistas que se niegan a obedecer la orden, se les pide que abandonen el lugar.
Bienvenidos a Amanecer Dorado, un grupo conocido por sus símbolos nazis, militantes calzados con botas altas, violencia contra los inmigrantes y creciente fuerza electoral. Bienvenidos a un partido que odia y ataca a los medios. El 4 de noviembre de 2012, militantes del partido golpearon al reportero de SKAI TV Michael Tezari y le robaron su celular y la credencial de prensa mientras el periodista cubría una manifestación contra los inmigrantes.
El 10 de diciembre de 2013, el periodista de Star TV Panagiotis Bousis fue objeto de abuso físico mientras informaba sobre una manifestación de Amanecer Dorado en un suburbio de Atenas.
El 4 de julio de 2014, dos fotoperiodistas fueron agredidos por militantes de Amanecer Dorado que protestaban frente a un tribunal de Atenas donde los líderes del partido eran sometidos a juicio.
La cuna de la democracia no es una excepción en la Unión Europea (UE). En los últimos años, las organizaciones de derecha más extremistas han estado en marcha. “El panorama del extremismo derechista continúa siendo una considerable preocupación”, declaró el informe sobre la situación y las tendencias del terrorismo en la Unión Europea referente a 2014.
La “fachoesfera”, como los adversarios han denominado a estas organizaciones en referencia a lo que consideran como una tendencia fascista, abarca a los neonazis, los cabezas rapadas de la organización Sangre y Honor, los supremacistas blancos, las virulentas asociaciones anti yihad, los tradicionalistas religiosos extremistas y los “lobos solitarios”, como por ejemplo el noruego Anders Behring Breivik, autor de una matanza. Estas organizaciones e individuos con frecuencia funcionan al margen de la ley. También incluye partidos de la extrema derecha dura que, pese a sus posiciones extremistas, han sido capaces de atraer una cuota significativa de descontentos votantes europeos. Aunque Amanecer Dorado apenas alcanzó el 0.1 por ciento de los votos en las elecciones al Parlamento Europeo de 2009 –son organizadas en cada país y cada Estado miembro de la UE envía una cuota de parlamentarios según el tamaño de la población– su porcentaje de votos llegó a 9 por ciento cinco años después. Del mismo modo, en Hungría el partido radical nacionalista y antisemita Jobbik consiguió el 15 por ciento de los votos y envió tres diputados al Parlamento Europeo.
Sin embargo, existe otra forma de radicalismo de derecha que evoluciona en una zona gris en la cual “simultáneamente se distancia y se mezcla con la extrema derecha”, escribió Britta Schellenberg, investigadora de la Universidad de Munich, en un informe pionero de 2009 para la Fundación Bertelsmann. Estos populistas de derecha que prefieren los trajes a las botas sacudieron las elecciones de mayo de 2014 al Parlamento Europeo. El Frente Nacional, en Francia, y el Partido del Pueblo, en Dinamarca, inclusive ocuparon el primer lugar al obtener la cuarta parte de los votos en cada país.
Claro está, algunas luminarias de la nueva derecha perdieron terreno: en los Países Bajos, el Partido por la Libertad (PVV) de Geert Wilders, de tendencia islamofóbica, antiinmigrante y anti-UE, descendió del 17 al 13,3 por ciento en los resultados de las elecciones de 2014 al Parlamento Europeo; en Italia, la Liga del Norte bajó del 10.2 al 6.2 por ciento; y el Partido Nacional Británico hasta perdió su representación en Bruselas. Sin embargo, la tendencia no admite dudas. Los partidos de la extrema derecha y de la derecha populista obtuvieron un número récord de escaños en el Parlamento Europeo.
A raíz de las elecciones europeas, un número de comentaristas y políticos tradicionales optaron por restarle dramatismo al auge electoral de la derecha radical. De hecho, organizaciones políticas tradicionales, entre ellas el centroderechista Partido del Pueblo Europeo, la centroizquierdista Alianza Progresista de Socialistas y Demócratas, la centrista Alianza de Liberales y Demócratas por Europa, la Izquierda Unida y los Verdes conservan una gran mayoría de los 751 escaños del Parlamento Europeo. Los grupos de la derecha radical con frecuencia tienen profundas divisiones internas por cuestiones de identidad nacional, filosofía económica o su carácter antisemita. Sin embargo, puesto que tales grupos ya han demostrado su capacidad de influenciar el discurso político tradicional a nivel nacional, muchos observadores temen que las opiniones poco liberales de los populistas socavarán los valores fundamentales de la UE y tendrán un efecto corrosivo en sus políticas de derechos humanos y libertad de prensa.
Las organizaciones de extrema derecha más radicales poseen un inaceptable historial de violencia contra la prensa. En septiembre de 2011, la Unión Nacional de Periodistas del Reino Unido afirmó en una resolución que “había recibido numerosas denuncias de periodistas que habían sido objeto de hostigamiento, de abuso racial, y de agresiones con botellas y fuegos artificiales por parte del grupo antiislámico Liga de Defensa Inglesa”.
“Los ataques de la extrema derecha contra los trabajadores de medios tienen como objetivo disuadirlos de realizar su labor informativa y son concebidos para evitar que los medios informen sobre las actividades de la extrema derecha”, declaró la Unión Nacional de Periodistas. En Francia, el 19 de noviembre de 2012, militantes propinaron una golpiza a Caroline Fourest, periodista y escritora conocida por sus ensayos sobre el fundamentalismo religioso y el Frente Nacional, mientras cubría una manifestación convocada por el grupo ultracatólico Civitas contra el matrimonio entre personas del mismo sexo. En Sofía, el 27 de junio de 2013, tropas de choque del partido de extrema derecha Ataka, lideradas por su presidente, Volen Siderov, ingresaron a la fuerza a las instalaciones de la cadena pública búlgara BNT e interrumpieron parcialmente sus operaciones. En junio de 2014, Gran Bretaña Primero, un grupo uniformado que realiza “patrullas cristianas” en zonas de población musulmana, amenazó a periodistas con “acción directa no violenta” después de que el Canal 4 transmitiera un documental sobre la organización. “Si publicas algo que sabes que no es cierto, vamos a averiguar dónde vives, y lo vamos a difundir a todos tus vecinos”, declaró el líder del grupo, Paul Golding, al sitio web BuzzFeed.
Informar sobre las organizaciones más radicales de la extrema derecha siempre ha sido una cobertura informativa peligrosa. Es un subgénero del periodismo investigativo ejercido por un pequeño número de testarudos periodistas que se mueven por entre estas oscuras aguas como lo harían por el mundo de la delincuencia. El periodista y escritor sueco Stieg Larsson, el afamado autor de la trilogía Milenio, era la figura modelo de esta forma de periodismo, profundamente política y activista. Larsson fundó la revista Expo en 1994 para denunciar a la extrema derecha y su infiltración en la sociedad y las instituciones suecas. En la misma época, emprendimientos periodísticos similares –como por ejemplo Searchlight Magazine en el Reino Unido y CelsiuS en Francia y Bélgica– surgieron en varios países europeos, parte de un movimiento de medios “antifascista” que con frecuencia estaba arraigado en ideas políticas de la izquierda militante y que en general desconfiaba de los medios pertenecientes a las grandes corporaciones.
En aquella época, la esfera de la extrema derecha ya era un mundo tenso y a menudo violento. En un ensayo publicado en 2000 y titulado “Sobrevivir los plazos de entrega: un manual para periodistas amenazados”, Larsson recordó el consejo del periodista inglés Graeme Atkinson, director de Searchlight: “¿Qué hacer si te atacan los nazis? Correr sin parar”.
“En la década del 70”, agregó Larsson, “Atkinson sufrió una brutal golpiza y los nazis le rompieron la nariz. Durante los últimos 15 años se ha visto obligado a vivir prácticamente en el anonimato”.
Los periodistas usualmente actuaban de manera encubierta para infiltrar a los grupos extremistas; los militantes de la extrema derecha tomaban represalias en forma de amenazas y, en ocasiones, de agresiones físicas. “Expo acortó la vida de Stieg”, escribió el autor de obras sobre los derechos humanos Kurdo Baksi en su autobiografía, publicada en el 2010 y titulada Mi amigo Stieg Larsson, “debido a todas las amenazas que recibió y la crisis financiera que sufrió la revista”. Baksi añadió: “En mayo de 1996, 15 meses después del lanzamiento de Expo, el local de las rotativas de la revista fue objeto de sabotaje. Todas las ventanas fueron destrozadas y totalmente inutilizadas. En las paredes pintaron el mensaje ‘¡No imprimas a Expo!'”.
“Cuando trabajé con CelsiuS [una revista franco-belga], estábamos bien conscientes de los riesgos que implicaba”, expresó al CPJ Manuel Abramowicz, fundador de la revista digital antifascista belga RésistanceS. “Recibimos amenazas telefónicas. Algunos periodistas investigativos fueron acosados durante eventos públicos. En todo momento estábamos alertas como una banda de hechiceros que libra una ardua batalla contra la extrema derecha”. Los extremistas de derecha también establecieron varios sitios web con sede en Estados Unidos llamados Redwatch, que publicaban información personal sobre los activistas. En 2006, Redwatch-Polonia subió a su sitio una lista de 15 periodistas supuestamente izquierdistas y liberales a quienes amenazó con represalias por ofrecer un tratamiento informativo hostil. En enero de 2014, el sindicato de los periodistas alemanes anunció que los neonazis estaban utilizando credenciales de prensa para espiar mejor a los periodistas y colocarlos en sus listas de vigilancia.
En la actualidad el periodismo encubierto sigue siendo la mejor opción para informar sobre los grupos más radicales. El periodista español “Antonio Salas” (un seudónimo) infiltró a los Ultras Sur, un grupo de fanáticos del Real Madrid, para investigar el vandalismo de extrema derecha en el fútbol. El periodista alemán “Thomas Kuban” (también un alias) ha dedicado 15 años a disfrazarse de cabeza rapada para poder filmar de manera clandestina conciertos de rock neonazis, “el corazón de complicidad”, como lo describió, “del diverso y floreciente panorama neonazi de Europa”.
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Los periodistas utilizan métodos investigativos más convencionales al informar sobre los partidos populistas de derecha. Solicitan entrevistas y la acreditación en sus eventos pero a veces enfrentan el rechazo y la exclusión.
De hecho, inclusive si los partidos populistas de derecha buscan la respetabilidad mientras tratan de obtener la aceptación del electorado general, los partidos populistas de derecha han seguido acusando a los medios de tiranía y calificando a los periodistas tradicionales de “liberales de limosina” o de escribas de Bruselas y Wall Street. Estos partidos se aprovechan de lo que perciben como profundo resentimiento contra un establecimiento mediático supuestamente elitista, cosmopolita y “bubo” (burgués bohemio), alejado de la gente común, real, con dificultades económicas y verdaderamente patriótica. En Francia, los miembros de la esfera de derecha han creado un sitio web dedicado a la crítica de los medios, el Observatorio de los periodistas y de la información mediática, y cada año Polémia, una fundación formada por Jean-Yves Le Gallou, antiguo eurodiputado por el Frente Nacional, organiza la ceremonia de los Bobards d’Or (Falsedades de Oro) para denunciar a periodistas que, sostiene, mienten deliberadamente al servicio de lo políticamente correcto.
Pese a sus victorias electorales, el Frente Nacional Francés mantiene una actitud de profunda sospecha respecto a los medios. Los periodistas de medios supuestamente adversarios, como por ejemplo la revista digital de periodismo investigativo Mediapart o el canal de TV por cable Canal+, han sido excluidos o expulsados de las reuniones públicas del partido. Otros han sido acosados mediante querellas por difamación o amenazas de procesos judiciales. Se sospecha que el Frente Nacional guarda archivos sobre periodistas críticos y alienta a sus militantes a acosarlos, aunque el partido lo niega. El 1 de mayo de 2013, al margen de una manifestación de partidarios del Frente Nacional, se repartieron calcomanías con la dirección del domicilio de un periodista del diario Le Monde, Abel Mestre, y de la periodista Caroline Fourest. En 2012, Sylvain Crépon, autor de un agudo estudio sociológico sobre el partido, fue atacado directamente en Twitter y fue acusado con sarcasmo de ser un “sociólogo de la extrema derecha” por comentarios en los que calificaba al Frente Nacional de “extrema derecha”, lo cual socavaba la estrategia de renovar la marca del partido y presentarlo como una organización respetable y democrática.
En Hungría, el partido ultranacionalista radical Jobbik ha adoptado tácticas similares. A pesar de la ideología nacionalista y los símbolos militaristas, rechaza la etiqueta de extrema derecha. A principios de junio de 2014, la Corte Suprema de Hungría ratificó el rechazo por parte de Jobbik de la descripción del partido como de extrema derecha: el canal de televisión ATV fue hallado en violación de las restricciones sobre comentarios estipuladas en la ley de medios de 2010 al describir a Jobbik como de “extrema derecha” en un noticiero. “El fundamento del fallo del tribunal”, según explicó al CPJ Lydia Gall, investigadora para Europa Central de Human Rights Watch, “fue que como Jobbik no se define a sí mismo como partido de extrema derecha, referirse a él de esa manera expresa una opinión y puede transmitir a los televidentes una impresión negativa. Dada la plataforma política antisemita y antigitana de Jobbik, la expresión ‘extrema derecha’ parece ser el tipo de expresión equilibrada que los tribunales deben proteger”.
En los últimos años, algunos de estos partidos populistas de derecha y de extrema derecha han intentado distanciarse de sus aliados más desagradables y han condenado el antisemitismo y han declarado sus credenciales democráticas. El proceso de revertir la demonización de la extrema derecha ha sido particularmente exitoso en Francia, donde Marine Le Pen, la líder del Frente Nacional, hasta se ha enfrentado con su padre, el fundador del partido Jean-Marie Le Pen, hombre conocido por sus polémicas y escandalosas declaraciones y sus hoscos chistes sobre el Holocausto y el Islam.
El resultado es que se les ha impuesto un vocabulario más aceptable a algunos militantes, y se ha apartado de los reflectores a los grupos más matonescos. “Cuando yo me encontraba entre el público en un congreso del Frente Nacional en París”, Manuel Abramowicz relató al CPJ, “el personal de seguridad les decía a los militantes que dejaran de gritar palabras como bougnoules [término peyorativo para referirse a las personas de raza negra] o bicots [término peyorativo para referirse a los árabes]. Puede haber periodistas en el público, dijeron. Debemos evitar tales palabras, por el bien del partido”.
Si bien algunos periodistas han normalizado la cobertura informativa del Frente Nacional, muchos no están convencidos y continúan utilizando la etiqueta de extrema derecha. “No se engañen”, advirtió Christine Ockrent, una de las periodistas francesas más famosas y blanco de los insultos xenófobos de Jean-Marie Le Pen. “Marine Le Pen habla de patriotismo y no de nacionalismo, del amor a Francia y no del miedo a los extranjeros, y rechaza el término ‘extrema derecha’ [pero] a pesar de todos los intentos por renovar la marca, el Frente Nacional permanece fiel a sus ideales”.
Pese a su oscura historia de autoritarismo, la extrema derecha ha invocado la libertad de expresión como escudo contra sus enemigos en la prensa. Los periodistas llamados “liberales” o “izquierdistas” por políticos de derecha han sido acusados de censurar incómodas verdades sobre el multiculturalismo, la inmigración, la integración europea y la globalización. En un continente donde, a raíz de las atrocidades cometidas en la segunda guerra mundial, las expresiones de odio fueron estrictamente limitadas, la extrema derecha, a pesar de su tradicional postura antiestadounidense, se ha posicionado como bulliciosa defensora de la Primera Enmienda. Las leyes europeas contra el racismo, contra las expresiones de odio y contra la negación del Holocausto han sido denunciadas como censura estatal.
En 2005 en Dinamarca, la extrema derecha se apropió desvergonzadamente de la polémica en torno a la caricatura de Mahoma publicada en el Jyllands-Posten. Mientras los liberales permanecían indecisos entre defender la libertad de expresión y el temor a estigmatizar a los musulmanes, las organizaciones de derecha como la Sociedad Internacional para una Prensa Libre, liderada por Lars Hedegaard, se deleitaron en enturbiar el debate al mezclar absolutismo en materia de libertad de expresión con un discurso islamofóbico.
La extrema derecha también afirma reivindicar la libre expresión sin cortapisas en su propia esfera de medios –una variada mezcla de revistas, periódicos, libros, radioemisoras y sitios web–, los cuales han multiplicado considerablemente su influencia. La extrema derecha ha sido capaz de navegar por una “red oscura”, como la llama el periodista y autor noruego Øyvind Strømmen, donde los grupos más radicales se mezclan y conspiran. También ha explotado con habilidad la Web legal y las redes sociales para saltarse a los medios tradicionales y alcanzar directamente a su público, particularmente a la juventud.
Sin embargo, el concepto de libertad de expresión de la extrema derecha es parcial y sectario. Sus líderes y simpatizantes son mucho menos liberales cuando la libertad de expresión supuestamente perjudica las instituciones y religiones tradicionales de su país. En Grecia, Amanecer Dorado se autoproclama protector de la Iglesia Ortodoxa y utiliza con agresividad las leyes contra la blasfemia para atacar a sus oponentes. En Francia, los miembros de grupos católicos de extrema derecha han emprendido campañas en favor de la restauración de las leyes contra la blasfemia y contra la llamada cristianofobia. “En 19 años de existencia hemos sido demandados 13 veces por la ultraderecha católica y una vez por los musulmanes”, bromeó el difunto caricaturista de la revista Charlie Hebdo Stephane Charbonnier el 13 de noviembre de 2011, después de que el irreverente semanario satírico publicara un número que ridiculizaba el fundamentalismo islámico. Charbonnier, conocido por todos por el nombre artístico Charb, fue asesinado a disparos en el ataque del 7 de enero de 2015 contra la sede parisina de Charlie Hebdo, ataque ejecutado por islamistas radicales fuertemente armados en el cual murieron asesinadas 12 personas, entre ellas ocho periodistas.
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Los ultraderechistas y los populistas nacionales no han mostrado ningún escrúpulo en cultivar estrechas relaciones con estados autoritarios y que restringen la libertad de prensa, en particular con Rusia, Siria e incluso, en el caso de Jobbik, Irán. De los 14 partidos de la extrema derecha que enviaron diputados al Parlamento Europeo en 2014, “al menos ocho de ellos son prorrusos”, precisó un informe de agosto de 2014 de la organización Human Rights First, titulado sin rodeos No somos nazis, pero… En el informe también se observó lo siguiente: “Algunos analistas sostienen que cultivar los lazos del Kremlin con los partidos de la extrema derecha es parte de la estrategia de Putin para debilitar a la UE desde adentro y para neutralizar las políticas antirrusas en la UE”.
Según la mayoría de los observadores de la UE, se espera que los partidos de derecha les proporcionen a sus aliados autoritarios una cámara de ecos en el seno del Parlamento Europeo. Ellos transmitirán sus posiciones poco liberales sobre la gobernanza y la vigilancia de Internet. Con el pretexto de respetar la soberanía nacional, ellos también lucharán por deslegitimizar las políticas exteriores de la UE dirigidas a respaldar a la sociedad civil en estados autoritarios, en particular las organizaciones no gubernamentales de derechos humanos y el periodismo independiente.
En 2009 la BBC provocó una tormenta cuando invitó al líder del Partido Nacional Británico, Nick Griffin, a su programa insignia “Hora de Preguntas”.
“¿Debe la democracia, deben los medios, darles la palabra a los que rechazan la democracia y los medios?”, preguntó la socióloga francesa Erwan Lecoeur en una entrevista de 2013. “¿Debemos denunciar a Amanecer Dorado y exigir que lo prohíban?”, se preguntó la periodista griega Xenia Kounalaki.
La cuestión de darle la palabra a la extrema derecha divide profundamente a la profesión. En algunos países los periodistas han tratado de implantar cuarentenas y se niegan a considerar a la ultraderecha simplemente como otro partido político a pesar de su presencia en las legislaturas nacionales y en el Parlamento Europeo. En la década de los 80, Anne Sinclair, la entonces presentadora de “Siete sobre Siete”, uno de los programas televisivos sobre política más populares de Francia, se negó a entrevistar al fundador del Frente Nacional, Jean-Marie Le Pen. En 1993, la asociación de periodistas belgas recomendó una “aproximación crítica a la ultraderecha y el racismo”. Otros han evitado cubrir en profundidad cuestiones muy polémicas, como las presuntamente desproporcionadas tasas de delincuencia y fraude en materia de asistencia social entre los inmigrantes, cuestiones que consideran le hacen el juego a la ultraderecha.
El auge electoral de la extrema derecha ha colocado al periodismo en la línea de batalla de la controversia. Mientras los populistas de derecha continúan arremetiendo contra los medios establecidos, las organizaciones izquierdistas y de lucha contra el racismo con frecuencia acusan a la prensa, en particular los tabloides, de hacerles eco a los eslóganes de la extrema derecha. También han arremetido contra los canales televisivos comerciales por invitar con demasiada generosidad a sus programas a líderes de la derecha. En Grecia, militantes enmascarados le lanzaron yogur y huevos a un periodista que había entrevistado al portavoz de Amanecer Dorado.
“Los periodistas tienen que cubrir la extrema derecha y todas las cuestiones relevantes”, declaró Ricardo Gutiérrez, secretario general de la Federación Europea de Periodistas. “El deber del periodista es informar”. Y la cuarentena ha demostrado ser ineficaz. Según Sinclair, ahora redactor jefe de la edición francesa del The Huffington Post, “condenar al ostracismo al Frente Nacional no funciona”.
Cuando los partidos populistas radicales alcanzan una cierta cota de voto popular, algunos medios se inclinan a adoptar políticas de acuerdo en virtud del mantra de la imparcialidad y el equilibrio periodísticos. Otros renuncian al periodismo de confrontación para evitar incomodar a un electorado que es parte del público. “Marine Le Pen ha logrado limpiar con tanto éxito la imagen y la retórica fundamental del Frente Nacional que los medios tradicionales también se han adaptado”, escribió Ockrent. “Se acabó la introspección acerca de la dimensión diabólica de la extrema derecha, o de las implicaciones morales de entrevistar a sus representantes. Marine Le Pen vende. La radio y la TV la quieren. Las revistas ponen su sonrisa victoriosa en la portada, con lo cual hacen que la historia del Frente Nacional sea menos política y más de interés humano”.
Para los periodistas, es mucho lo que está en juego políticamente hablando. “La actual crisis de la democracia occidental es una crisis del periodismo”, dice la famosa cita de Walter Lippmann, tomada de su influyente ensayo de 1920 “La libertad y las noticias”. Casi un siglo después, la ecuación entre periodismo y democracia liberal es fundamental.
En un momento tan decisivo, cuando los movimientos ultraconservadores utilizan con habilidad las instituciones y los principios liberales para salir de los silos donde antes estaban contenidos con seguridad, se insta a los periodistas a definirse a sí mismos y a definir la profesión y, en muchos casos, a adoptar una posición. Por ello, el auge de la ultraderecha es un desafío directo al alma del periodismo europeo.
Jean-Paul Marthoz es corresponsal del CPJ en Europa, columnista de Le Soir (Bruselas) y profesor de periodismo internacional en la Universidad de Lovaina (UCL, Bélgica).