Mike O’Connor / Representante del CPJ en México
Un colega fotógrafo del periódico lo llamó por teléfono y le dijo que tenía que ir enseguida a casa de sus padres porque algo muy malo les había sucedido. Lo que Miguel Ángel López recuerda haber visto cuando llegó fue “sólo sangre. No se puede entender tanto odio”. Él se refería al asesinato de su madre, su padre –un editor de alto rango en el periódico más importante del estado– y su hermano, fotógrafo del periódico. Los asesinatos marcaron el inicio de la guerra contra los periodistas.
Eso ocurrió en la madrugada del 20 de junio de 2011. Desde entonces, otros cinco periodistas del estado de Veracruz han sido asesinados, aunque los móviles aún no han sido esclarecidos. Uno de ellos fue Gabriel Huge Córdova, el fotógrafo que llamó a Miguel Ángel López. En general, los periodistas de Veracruz tratan de protegerse de dos maneras. Una es publicar o transmitir sólo aquellas noticias que creen no provocarán la ira de los grupos criminales, ni otra persona con poder, lo que para muchos puede significar funcionarios del gobierno estatal. Por supuesto, ello hace que una gran cantidad de noticias jamás lleguen al público. La otra manera de sobrevivir es buscarse otra profesión.
Miguel Ángel eligió un tercer camino: huyó a Estados Unidos y la semana pasada recibió asilo político, de acuerdo con su abogado, Carlos Spector, de El Paso, Texas. Spector declaró al CPJ que él pudo demostrar que López tenía el miedo bien fundado de ser asesinado y que el gobierno mexicano no lo podía proteger. Spector afirmó que otro cliente, Alejandro Hernández, había recibido asilo de las autoridades estadounidenses en 2012. Hernández, de nacionalidad mexicana, se había desempeñado como camarógrafo. A Jorge Luis Aguirre, dueño de un sitio web de Ciudad Juárez, México, le otorgaron asilo en 2010. Spector señaló que otros 14 periodistas mexicanos han recibido asilo, pero este dato sólo se sustenta en anécdotas. De acuerdo con Spector, Miguel Ángel López a partir de ahora será residente legal de Estados Unidos y con el tiempo podrá convertirse en ciudadano. El CPJ brindó a López asistencia financiera y lo puso en contacto con Spector. No obstante, López la ha pasado mal desde el día en que encontró asesinada a su familia.
Poco después de la procesión fúnebre, una editora del diario nacional La Jornada obligó a López a entrar en un auto, lo llevó al aeropuerto y lo colocó en un avión rumbo a la Ciudad de México. “Él estaba conmocionado. Completamente”, Mireya Cuéllar relató unos días después. “Pero sabíamos que los asesinatos significaban que había algo fuera de control en la ciudad y teníamos que sacarlo”. López había sido fotógrafo colaborador de La Jornada. Su empleo normal era en el periódico donde trabajaba su padre, Notiver, que declaró que él no era empleado de nómina y que por ende no tenía responsabilidad de ningún tipo para con él.
La Jornada y varias ONGs de libertad de prensa ayudaron a López a vivir clandestinamente en Ciudad de México, ocultándolo de todos porque no sabíamos de qué lado venía el peligro. La suposición más razonable era que venía de parte de Los Zetas, porque la organización criminal controlaba la ciudad de Veracruz, pero no podíamos descartar a otros grupos criminales ni al gobierno del estado. Y tampoco todos estábamos de acuerdo respecto a los próximos pasos. López pudo haber viajado a la mayoría de los países europeos con un visado de turista válido por seis meses. ¿Pero qué hubiera hecho cuando se le venciera el visado? Una posibilidad era ir a varios países latinoamericanos, pero de alguna manera el consenso entre las ONG era que no sabíamos cómo prepararlo para una nueva vida a largo plazo. Teníamos respuestas para las emergencias, para lo inmediato, pero no a largo plazo. López pensaba que Estados Unidos era el mejor lugar para viajar porque él conocía a varias personas allí y tendría una red de apoyo que lo ayudaría a comenzar. Pero la embajada de Estados Unidos en México ni siquiera le otorgaba un visado de turista. Las ONG de libertad de prensa presentes en México hoy están mucho mejor preparadas. Sin revelar secretos, hoy seríamos más útiles a alguien como Miguel Ángel. Pero él tuvo que pagar por nuestro aprendizaje, y siempre había peligro en cada paso que daba, porque nadie sabía cuán seguro se encontraba, sin importar cuántas veces cambiaba de residencia, ni cuando se acostumbró a nunca pararse cerca de una ventana.
A él lo acompañaba su prometida, Vanessa Jiménez. Por supuesto, ella también estaba en peligro en Veracruz. Yo les insistía en que se casaran. Por amor, les decía yo, pero la otra razón era que si él era capaz de conseguir algún tipo de visado humanitario de algún país, ella tenía mejor probabilidad de acogerse al mismo visado si estaban casados, dado que obviamente él era el blanco principal. Un día él hizo una llamada telefónica por celular que se escuchaba muy mal, y en su voz se notaba un tono de gran emoción. Pero la conexión telefónica era tan mala que era difícil entender lo que él decía. En español coloquial, sonaba a algo parecido a “Mike, Mike, ya todo acabó”. Yo estaba seguro de que los habían encontrado. Había estado esperando a que eso sucediera: en ese momento visualicé a hombres con fusiles de asalto que subían las escaleras del edificio donde la pareja vivía. Sabía que estaban a pocos segundos de ser asesinados, que esta era su última conversación, y que yo no podía hacer absolutamente nada por salvarlos. Entonces la conexión telefónica mejoró, y Miguel Ángel repitió lo que había dicho en español: “Mike, Mike, nos casamos”.
Esa fue la nota destacada de toda la experiencia. Por lo demás, todo consistió en esperar por visados o en hacer planes que nunca se cumplieron. La espera duró como siete meses. Mientras tanto, Miguel Ángel, Vanessa y yo repasábamos cualquier detalle que pudiera explicar por qué su familia había sido asesinada: cómo el gobierno de la ciudad y el estado de Veracruz habían permitido que Los Zetas se hicieran del control. Cómo algunos medios y periodistas habían sido cooptados, la mayoría de ellos por el terror, algunos por simple codicia. Nunca encontramos nada que me ofreciera una explicación satisfactoria acerca del asesinato de su familia. Inclusive con más información de periodistas de Veracruz, sólo teníamos teorías.
La última vez que los vi les oculté algo. Estábamos en un restaurante cerca del apartamento de ellos en Ciudad de México, comiendo comida italiana. Era otra ronda del mismo tipo de preguntas, pero esta vez yo viajaría a Veracruz el próximo día, para investigar todos los asesinatos de periodistas que habían ocurrido a la fecha. No les dije que iba. Si lo hubiera hecho y algo me hubiera sucedido, ellos podían haberse convertido en sospechosos, porque alguien podría haber sugerido que me habían tendido una trampa. Algunos funcionarios fácilmente podían intentar vincularlos a todos los asesinatos que ocurren en Veracruz. Así que fue ese tipo de mentira.
Aproximadamente a una semana de ese viaje, ellos desaparecieron y no los he vuelto a ver. Solamente nos comunicamos por correo electrónico y yo les dije desde el principio que nunca debían escribir algo por correo electrónico que ellos no quisieran que sus enemigos supieran. No sé cómo consiguieron escapar, pero lo próximo que supe fue que estaban en alguna parte de Estados Unidos con visado legal de turistas. Las ONG no pudieron conseguir esos visados, pero ellos lo lograron por su cuenta. Una vez que entraron a Estados Unidos de manera legal, ellos solicitaron asilo y así comenzó el proceso que terminó la semana pasada. Vanessa también obtuvo asilo. Ahora ellos están fuera de peligro, o al menos se presume. Tan fuera de peligro como se puede estar cuando no se ha determinado quiénes son los que podrían querer asesinarlos.