Por Christiane Amanpour/ corresponsal internacional en jefe de CNN y asesora sénior del CPJ
En noviembre, me dirigí a altos ejecutivos de los medios noticiosos de Estados Unidos y los exhorté a erradicar el acoso sexual en sus organizaciones. “Las compuertas se abrieron”, declaré ante los participantes en la ceremonia anual de entrega de los Premios Internacionales de la Libertad de Prensa, otorgados por el Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ, por sus siglas en inglés). En unos pocos días, el director de esa ceremonia, el presidente de CBS News, David Rhodes, despediría a uno de los presentadores del programa matutino de la cadena, Charlie Rose, ante denuncias de conducta sexual inapropiada. Desde entonces, el goteo de renuncias se ha convertido en una inundación. Salieron a la luz historias sobre el comportamiento inapropiado de otros prominentes periodistas, y otro gigante de los programas televisivos matutinos, Matt Lauer, de NBC, pronto se vio arrastrado por la misma corriente.
Tenemos un largo camino que recorrer en el sector de los medios y en la sociedad en general. Recientemente, celebramos el primer aniversario de la toma de posesión de un presidente que se ha jactado de agredir sexualmente y que ha sido acusado de besar a la fuerza a una periodista de la revista People.
Al denunciarlos en lugar de quedarnos callados, hemos puesto al descubierto a los abusadores, y aplaudimos a los líderes del sector que han actuado pronta y decisivamente. Pero, si queremos erradicar el acoso sexual, necesitamos realizar cambios más profundos.
Como miembro del consejo directivo del CPJ y embajadora de Buena Voluntad de la UNESCO para la Libertad de Expresión y la Seguridad de los Periodistas, con frecuencia me reúno con periodistas, tanto hombres como mujeres, que se enfrentan al poder y pagan un terrible precio por ello. Me impresiona su valor. Pero las periodistas enfrentan riesgos especiales. Los troles acosan a las periodistas más que a los periodistas del sexo masculino. Un estudio del centro de investigación británico Demos halló que las periodistas y las presentadoras de noticieros de TV reciben aproximadamente tres veces más abuso en Twitter que sus equivalentes masculinos.
Campañas de desprestigio, despiadados ataques personales, doxing e inclusive amenazas de muerte por parte de regímenes, fanáticos religiosos, delincuentes o milicias son el precio de ejercer la profesión para muchas mujeres que trabajan en los medios en todo el mundo. Un ejemplo es Khadija Ismayilova, valiente reportera investigativa de Azerbaiyán. Las autoridades de ese país trataron de avergonzarla mediante la difusión de un video íntimo suyo. Al final, ella recibió una pena de 18 meses de cárcel.
Las periodistas afrontan terribles riesgos en el terreno. Luego regresan a su país y enfrentan acoso e incluso agresión en el lugar de trabajo. ¿Quién sabía que semejantes peligros acechaban en las Redacciones de las liberales democracias occidentales? Bueno, muchas periodistas lo sabían. Algunas se quejaron ante sus empleadores. Algunas aprendieron a manejar estos ambientes tóxicos.
El perseverante trabajo investigativo de un puñado de organizaciones noticiosas derrumbó el muro de silencio en torno al productor Harvey Weinstein, y la indignación pública fue palpable. Él resultó ser apenas la punta de nuestro propio iceberg en el sector del entretenimiento. En el mundo de las noticias, teníamos el iceberg: Roger Ailes y Bill O’Reilly, ambos de Fox.
Estas y otras revelaciones parecen haber alentado a más mujeres a hacer sus denuncias. Necesitamos más. Quiero que los propietarios de medios, los ejecutivos de medios noticiosos y los editores eliminen sin piedad el acoso sexual y destierren a los depredadores de sus organizaciones.
Es importante derribar a los poderosos acosadores en serie. Pero ellos no fueron los únicos hombres responsables: hubo ejecutivos que hicieron cálculos monetarios o de conveniencia, departamentos de Recursos Humanos que no actuaron o que desconfiaron, abogados que redactaron acuerdos de confidencialidad para acallar a las mujeres. Necesitamos ampliar el alcance y reconocer que no se trata de un problema de unas pocas manzanas podridas.
El problema del acoso sexual y su prevalencia en nuestro sector no es solamente anecdótico.
Un estudio conjunto de la International Women’s Media Foundation, donde soy miembro honorario del consejo directivo, y el International News Safety Institute, halló que los perpetradores de actos de “intimidación, amenazas y abuso” más comúnmente denunciados eran los jefes.
Cuando se les preguntó dónde habían encontrado violencia física, casi la mitad de las periodistas encuestadas respondieron: “En el terreno”. Pero un alarmante 18 % respondió: “En la oficina”.
El estudio, Violencia y acoso contra la mujer en los medios de noticias: un panorama global, mostró que casi la mitad de las encuestadas había experimentado el acoso sexual, la mayoría en la empresa.
Es decepcionante que, cuando Columbia Journalism Review envió una encuesta sobre las políticas contra el acoso sexual a la alta gerencia de 149 Redacciones, no obtuvo una sola respuesta en las primeras tres semanas. Sin embargo, los periodistas individuales sí respondieron a una encuesta aparte. Cientos de ellos. El 80 % de los periodistas freelance respondieron que, si quisieran denunciar un incidente de acoso sexual, no sabrían cómo hacerlo.
Necesitamos una declaración firme y orgullosa de tolerancia cero. Y hay algo que sé con certeza: las mujeres y los jóvenes no se sentirán seguros hasta que todos nuestros compañeros y jefes del sexo masculino estén de nuestro lado.
Es irónico que los ejecutivos y editores que insisten en que los reporteros tengan entrenamiento de seguridad, chalecos de prensa y cascos cuando nos envían a zonas de conflicto en el extranjero, con frecuencia nos dejan abandonados en nuestras empresas.
Gracias a algunas valientes mujeres y a excelentes trabajos periodísticos, se ha puesto al descubierto el problema del acoso sexual generalizado. Ya no se puede cerrar los ojos. No podemos ignorarlo. Basta de tolerancia. Basta de aceptación. Esto debe acabar y debe acabar ya.
[NOTA DEL EDITOR: Este artículo apareció por primera vez en la edición de invierno de 2018 de la revista Columbia Journalism Review, edición publicada en asociación con el CPJ].