Por Alfredo Felipe Fuentes/ Bloguero invitado del CPJ
Mientras el mundo celebra a la prominente bloguera cubana Yoani Sánchez en su primer viaje al extranjero en una década, también debemos recordar al periodista Calixto Ramón Martínez Arias, quien sigue confinado no sólo a la isla nación, sino a una celda de la prisión en la provincia de La Habana.
Martínez, reportero de la agencia de noticias independiente Centro de Información Hablemos Press, fue encarcelado en septiembre luego de que comenzara a indagar sobre una carga de medicamentos que se había echado a perder, según informes de prensa. El periodista, quien ha estado en huelgas de hambre intermitentes en los últimos meses, describió el año pasado en una conversación grabada por teléfono con Hablemos Press, las condiciones inhumanas en la prisión donde permanece detenido. Casos como el de Calixto son un contrapeso preocupante a las reformas que las autoridades han anunciado en los últimos años y evocan a la Primavera Negra, uno de los episodios más oscuros de la historia reciente de Cuba, y mi propia experiencia como prisionero de conciencia.
Seis meses antes de que el gobierno castrista me excarcelara y deportara a España, en Octubre, 2010, descubrí un quiste en mi cuello. Acudí a las autoridades carcelarias y al médico de la prisión, quien después de examinar el pequeño bulto dictaminó que, probablemente se tratara de un ganglio inflamado o necrosado, pero nada de lo cual preocuparse. Y, ni siquiera ordenó un ultrasonido en busca de elementos que le sirvieran para contrarrestar su apresurar conclusión diagnóstica.
Meses después, aún en prisión, logré que me examinara un especialista; pero este reprodujo la misma irresponsable conclusión y actitud del médico anterior.
Por mi parte, creyente en la ciencia y el juramento hipocrático, desactivé mi preocupación y, confiadamente, continué con mi vida de prisionero de conciencia.
Pero en febrero de 2012, luego de residir por un tiempo en España, arribé a los EE UU, donde retomé la preocupación por el quiste debido a su insistente presencia. Además ya había comenzado a aumentar su volumen. Acudí al doctor y este me ordenó varios exámenes de imagenología con las técnicas más avanzadas.
Como resultado de la evaluación de esos exámenes, el especialista ordenó cirugía inmediata a fin de extirpar el quiste. Una semana después de la cirugía, asistí a consulta de seguimiento con el especialista, quien me informó que el tejido extirpado de mi cuello había sido enviado a Patología y que las pruebas indicaban, sin lugar a dudas, malignidad.
Tuve que enfrentarme así, de repente, a la palabra más temida: Cáncer.
Tras someterme a la cirugía, estoy haciendo tratamientos de radiaciones y quimioterapia. Pero aunque este tratamiento resulta hoy el más eficaz para combatir el cáncer, comporta también una sensible disminución de la calidad de vida. En medio de esta situación me encuentro hoy, con limitaciones impeditivas para la vida laboral; salvo escribir en días de gracia.
Agradezco a mis médicos en Estados Unidos, a mis familiares y a mis hermanos del exilio por su constante preocupación y apoyo. En especial, a mi esposa Loyda Valdés, quien como en sus magníficos tiempos de Damas de Blanco en Cuba, no se aparta de mí ni un segundo y se afana, con amor, porque mi tratamiento y recuperación se cumplan estrictamente.
Mi caso –en el que por no actuarse a tiempo– constituye otra muestra de la mediocridad de “potencia médica cubana”. Pero sin olvidar la referida negligencia y desidia de los médicos que me examinaron en la prisión, relaciono mi cáncer y sus secuelas a los siete años y medios de injusto encarcelamiento y el sostenido estrés que produjeron. A la Primavera Negra de Cuba, se lo atribuyo.