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When the accused is a delinquent and he’s to be sentenced for a robbery he didn’t commit, he accepts it, in acknowledgement of other robberies he did commit.
This was not the case of Orlando Almenares Reyes. Since he and I were both sent to Canaleta Prison in Ciego de Ávila, he sent me a very detailed letter. He had just been sentenced to 30 years imprisonment for the alleged assassination of a coronal, a state prosecutor in Cienfuegos province. At first I wavered. I though that he could be an assassin and that I could be lamentably losing both my time and my future readers. When in prison, home to the best in the business, your natural instinct is to distrust your sources, especially when they’re talking about themselves. I saw him a number of times after that and he kept writing to me. I promised to keep reporting on his case, always insisting that my journalistic duty was to be skeptical and that I should be careful with my language on a case like his.
Months went by and the prisoner told me again and again that he was innocent, that he had never seen the victim, that he didn’t even know if he was black or white, tall or short. That he had been accused by an informant that thought he was outside the country having illegally left Cuba, but he was brought back from Islas Mujeres (Mexico) and taken before the judge.
Some months later he began to scream that he was innocent during inspection, then to write “DOWN WITH FIDEL” on the walls of his ward, prompting him to be sent to the isolation cell, where he stayed for over a year. During that time I saw him little, once when he was taken to the doctor. Each time that I managed to speak to him, during the few seconds as he passed, I assured him that while he was in the punishment cell, I would continue to report on his case. In one of these reports I ventured that I didn’t know if I was defending an assassin or an innocent man.
When, in the silence of the early morning hours, I thought seriously about his case, what most tormented me was imagining that someone could be sentenced to 30 years for a crime one didn’t commit, and in Cuba this is completely plausible. If an investigation was called for, the authorities would surely say that this was a tried and confessed assassin. But would that be a reliable investigation? The case dealt with a fellow tribesman, and, as a result, had to be laid to rest. And if no suspect appeared, anyone would do so long as an informant had mentioned his name. How many hidden enemies could a state prosecutor have?
I met so many wrongly sentenced inmates, so many convicted on merely an accusation or a tip-off as proof, facing excessive punishments given the size of the robbery–the mentally retarded sentenced to four years for dangerousness for diving into dumpsters to find something to eat or to sell–that I had very legitimate doubts about the Cuban police, the tribunals, and the penal code.
Since Almenares refused to give in and kept making noise, they transferred him to a higher security prison and I never heard from him again. I continue to believe that he is innocent, but my opinion is worth as much as my neighbor’s.
Another case was that of “Piel Canela” (Cinnamon Skin) a homosexual whose skin color won him this song-inspired alias in prison. Before coming to Canaleta, he was a magnificent worker and student. One night, as he was leaving class, two adolescents invited him to have sex. I remember Canela telling me his story. “I’m gay,” he said. “They invited me and I was delighted to accept.” He was 20. They went to a house that was under construction. There was neither scandal nor violence. I should explain that in Cuba, a couple of boys relieving their sexual urges with a homosexual is not seen as a great offense. But the law is the law.
A woman saw them leave and told the parents. They went to court where the obvious extenuating circumstances were not taken into account, and Canela was sentenced to 30 years for the corruption of minors.
In prison he enrolled in a nursing course where he was always the best student. He was going to be a great nurse. They revoked his right to study supposedly for having misbehaved. But Canela is very respectful and disciplined. “Why could it be?” I asked him. His answer was simple: “Maybe the official that sanctioned me is anti-gay.”
(Translated by Karen Phillips)
This entry is part of an ongoing series of first-person stories by Cuban journalists who were imprisoned in a massive roundup of dissidents that has become known as the Black Spring of 2003. All of the reporters and editors were convicted in one-day trials, accused of acting against the “integrity and sovereignty of the state” or of collaborating with foreign media for the purpose of “destabilizing the country.”
Fui reportero en prisión
Por Juan Adolfo Fernández Saínz
Fui a prisión por ejercer el periodismo independiente en Cuba. Al llegar allí uno se dispone a narrar los horrores del antro en que le tocó vivir. Y efectivamente es horrenda la prisión cubana. Pero sus horrores comienzan, no un paso atrás en el tribunal sancionador, ni dos pasos atrás con el Jefe de Sector de la policía, sino tres pasos atrás en el código penal cubano, que se asimila a la descomposición social que se vive en la Cuba post-soviética. La respuesta que tiene el gobierno en el plano jurídico para contener la marea de robos (y la incipiente ídem de protesta política) es arreciar las condenas. ¿Acaso quieren condenar a inocentes? No, lo que buscan es “salvar la Revolución”, y como “el fin justifica los medios”, se les exige dureza a policías, fiscales y jueces. Estos se acostumbraron a sancionar duramente; a los dos primeros se les evalúa por el menor número de casos pendientes de solución. Así se van acostumbrando a sancionar fuerte y van perdiendo su humanidad.
Cuando el acusado es un delincuente y lo van a condenar por un robo que no cometió, puede pensar que no cometió este robo pero sí otros, y se conforma.
Este no fue el caso de Orlando Almenares Reyes. Estando él y yo en la prisión de Canaleta, en Ciego de Ávila, me hizo llegar una carta muy explicativa. Estaba recién condenado a treinta años de privación de libertad por el supuesto asesinato de un coronel, fiscal de la provincia de Cienfuegos. Al principio yo dudé. Pensé que podría ser un asesino y que yo estuviera perdiendo miserablemente mi tiempo y el de mis futuros lectores. La actitud que uno trae como de fábrica es desconfiar de las fuentes, porque uno está en prisión y allí se reúne lo mejor de cada casa, y sobre todo si la fuente está hablando de sí mismo. Después lo vi varias veces, me siguió escribiendo y le prometí que iba a denunciar su caso, pero siempre le hice saber que mi deber de reportero era desconfiar, y que debía cuidar mucho mi lenguaje en un caso como el suyo.
Pasaron meses y el preso me repetía una y otra vez que era inocente, que él nunca había visto al asesinado, que ni siquiera sabía si era blanco o negro, alto o bajito. Que él había sido delatado por un informante que suponía que él estaba fuera del país porque había salido ilegalmente de Cuba, pero lo devolvieron de Islas Mujeres y fue llevado a juicio.
Meses después comenzó a gritar que era inocente cuando pasaban inspección, de ahí pasó a escribir ABAJO FIDEL en las paredes de su galera, y entonces lo castigaron a celda de aislamiento, donde pasó más de un año. En ese tiempo lo vi muy poco, alguna vez que lo llevaron al médico. Cada vez que pude hablar con él, unos pocos segundos mientras pasaba, le aseguré que mientras él estuviera en celda de castigo yo seguiría denunciando su caso. En una de estas denuncias me atreví a decir que no sabía si estaba defendiendo a un asesino o a un inocente.
Cuando en el silencio de la madrugada pensaba seriamente en este caso, lo que me atormentaba era imaginar que a uno lo condenaran a treinta años por un delito que no cometió, y esto en Cuba es perfectamente posible. Si se pidiera una investigación, seguramente las autoridades dirían que éste es un asesino probado y confeso. ¿Pero será creíble esta pesquisa? Se trata de uno de su tribu, de un caso que hay que cerrar a como dé lugar. Y si no aparece ningún sospechoso cualquiera sirve, basta que algún informante lo haya mencionado. ¿Y cuántos enemigos ocultos tendrá un fiscal?
Fueron tantos los mal sancionados que conocí, tantos los condenados sin pruebas simplemente por una acusación o un chivatazo, las sanciones desmesuradas por robos de menor cuantía, los retrasados mentales condenados por peligrosidad a cuatro años simplemente porque “buceaban” en los tanques de basura para encontrar algo de comer o para vender, que dudaba muy legítimamente de la policía cubana, de los tribunales y del código penal.
Como Almenares no se doblegó, sino que siguió haciendo ruido, lo trasladaron a una prisión de mayor rigor y no supe más de él. Sigo creyendo que es inocente, pero esa opinión mía vale tanto como la de mi vecino.
Otro caso fue el de “Piel Canela” un homosexual que por su color se ganó en prisión este alias sacado de una canción. Antes de entrar en Canaleta era un magnífico trabajador y estudiante. Una noche al salir sus clases nocturnas fue invitado al sexo por dos adolescentes. Recuerdo a Canela contándome su historia. “Yo soy maricón,” me dijo. “Ellos me convidaron y yo acepté encantado.” Tenía veinte años y fueron a una casa a medio construir. No hubo escándalo ni violencia. Debo explicar que en Cuba el hecho de que un par de muchachos desahoguen sus bríos sexuales con un homosexual no se ve como un gran crimen. Pero la ley es la ley.
Una mujer los vio al salir y lo contó a los padres. Fueron a juicio, no se tuvieron en cuenta los evidentes factores atenuantes, y condenaron a Canela a treinta años por corrupción de menores, de los cuales ya ha cumplido diez.
En la prisión se matriculó en un curso de enfermería donde siempre fue el primer expediente. Iba a ser un gran enfermero. Le suspendieron de su derecho a estudiar supuestamente por haber cometido una indisciplina. Pero Canela es muy respetuoso y disciplinado. ¿Por qué sería?, le pregunto. “Será que el oficial que me sancionó es antipájaro”, me responde.
Este artículo es parte de una serie de historias escritas en primera persona por periodistas cubanos que fueron arrestados en una redada masiva contra disidentes conocida como la Primavera Negra de 2003. Todos los reporteros y editores fueron condenados en juicios de un día de duración, acusados de actuar contra la “integridad y la soberanía del estado”, o de colaborar con medios extranjeros con el propósito de “desestabilizar el país”.